El murciélagoby Logical Pamplona

Una anécdota… ¿Relacionada con el trabajo? Lo cierto es que hay un millón, pero ahora mismo no se me ocurre una concreta…
Sí que recuerdo una personal, que me sucedió hace unos meses, y ahora durante el confinamiento ha vuelto a mi vida.

Estos días circula un vídeo, por las redes, en el cual una chica graba como le entró un murciélago en casa. Bueno, pues todo el mundo que conoce mi historia, me está enviando ese vídeo ya que, al verlo, se acuerdan de mí…

Esta es la historia de uno de los días más surrealistas de mi vida, en el que casi me ponen en cuarentena:

“Todo sucedió una noche de verano, en mi sofá. Yo dormía plácidamente cuando, de repente, un movimiento extraño en mi pelo, y mi gato saltando sobre mi cabeza, me despertaron. Con los ojos todavía borrosos del sueño, vi algo que volaba sobre mi cabeza y mi gato lo perseguía como loco por todo el salón. Lo primero que pensé al ver aquella situación fue:

¡¡¡Qué polilla tan grande!!!

Pero resultó que aquel animalillo volador no era una polilla… Un murciélago volaba en círculos por toda la sala de estar y mi querido gato corría tras él para cazarlo.
En ese momento entré en pánico y cogí la escoba como arma. Sí, lo sé, igual la escoba no fue la idea más brillante… al día siguiente, cuando se lo contaba a todo el mundo, tenía mejores ideas que la escoba, pero bueno, en aquel momento de pánico absoluto y con mi cerebro todavía medio dormido es lo que se me ocurrió.

La situación era la siguiente: yo gritaba desde el umbral de la puerta, escoba en mano, sin atreverme a entrar al salón. Sacudía aquel sable casero de un lado a otro y le gritaba al murciélago que se fuera, y al gato que lo dejara en paz. Y en cada sacudida de escoba, mi agobio ascendía por el miedo a atizar a alguno de los dos animales.
Pero todos mis intentos eran en vano, ni el gato dejaba al murciélago, ni el murciélago se iba por la ventana.
De repente, el gato salto desde el sofá y logró dar caza a ese pequeño mamífero volador. En aquel momento, entré corriendo protegida por mi escoba y la puse sobre el murciélago, pero el gato no cesaba, continuaba abalanzándose sobre aquella escoba como loco y por más que lo apartaba, él volvía. Al final logré encerrarlo en el cuarto de baño y procedí al levantamiento del cadáver.

He de decir que toda esta odisea sucedió con mi pareja durmiendo en la habitación y sin enterarse de nada, como para que algún día entre alguien en casa mientras duerme…

Pero bueno, a lo que nos atañe. ¿Qué hacía yo con aquel cuerpecito inerte en mi suelo?
Bloqueada iba de la cocina al salón y del salón a la cocina sin saber qué utilizar. Miré un momento el murciélago antes de cubrirlo con papel de cocina, el pobre tenía pelusas de la escoba y pelo de gato pegados al cuerpo. Decidida a no ver más aquella imagen, puse el papel de cocina absorbente sobre el murciélago y éste… ¡Empezó a ponerse rojo! Agobiada corrí a la cocina y cogí lo primero que vi en la encimera, que eran unos papeles de esos en los que te envuelven el pan en la panadería. Me dirigí al salón y se los puse encima, pero no me parecía suficiente, por lo que cogí el papel de aluminio y lo envolví en una bola gigante, y con aquella esfera plateada en la mano me dirigí a la cocina y la tiré a la basura.

Aquella aventura gato vs murciélago parecía que había llegado a su fin.

Examiné al gato, vi que estaba bien y cuando me calme me fui a la cama pensando en todo lo que había sucedido hacía un momento.

A la mañana siguiente, cuando me desperté y vi aquella bola de papel de aluminio en mi basura, me dio por pensar que los murciélagos son transmisores de rabia y Moriarty, mi gato, lo había mordido. Así que llamé a la veterinaria para informarme si debía llevar al gato a realizar alguna revisión, y en aquel momento empezó la parte dos de esta aventura… Resultó que los murciélagos eran una plaga controlada por el ayuntamiento y debía informar del incidente, así que llamé por teléfono y una voz al otro lado me dijo:

Ayuntamiento de Pamplona, dígame.

En aquel momento me quedé en blanco, qué le decía yo a aquella chica… así que, sin más, le conté todo lo acontecido la noche anterior. Evidentemente las dos terminamos con un ataque de risa. Imagina tener que llamar al ayuntamiento de tu ciudad para contar que la noche anterior te entró un murciélago por la ventana y que tu gato le había dado caza. Bueno, la agradable funcionaria me derivó a la sección de veterinaria del ayuntamiento y en aquel momento se sembró el pánico en mi vida: debía llevar el cuerpo del murciélago inmediatamente al ayuntamiento antes de las 14:00 horas de aquel día. Pero no podía ir, estaba trabajando.
La veterinaria me dijo que, si no podía llevarlo esa misma mañana, lo metiese cuanto antes en el frigorífico y lo llevase a primera hora de la mañana siguiente. Pero yo no quería meter aquella bola de aluminio en mi nevera, así que, fuese como fuese, debía llevar el murciélago aquella misma mañana.

Las horas posteriores fueron una auténtica locura. Yo llamaba todo el rato para informarme de qué podía suceder si el gato contraía la rabia, y según iba logrando información, el panorama resultaba más extraño. Las instrucciones iban desde “tendrás que dejar al gato en cuarentena“, hasta “ya veremos si tienes que ponerte en cuarentena tú también“.

Llamé a mi pareja al trabajo, para que, hasta nuevo aviso, no volviese a casa, y explicarle todo lo que había sucedido aquella noche mientras él dormía.

Las palabras de la veterinaria no me tranquilizaban:

Tranquila mujer, es muy poco probable que tengas la rabia, serías el primer caso en Navarra en no sé cuántos años…

En ese momento yo ya veía los titulares de los periódicos: “Joven Pamplonica de 30 años contrae la rabia”, “El murciélago que entró por la ventana y fue cazado por un gato”, “Aquello resultó que no era una polilla”, “Una chica y su gato en cuarenta tras el brutal ataque de un murciélago”…

Todas estas conversaciones transcurrían mientras un técnico de Internet instalaba el nuevo router en el trabajo. Aquel chico cada vez me miraba más estupefacto, llamada tras llamada, y yo le pedía por favor que se diese prisa, que debía irme cuanto antes.
Logré salir de trabajar a las 13:50, y mi prima estaba en la puerta del trabajo esperándome con el coche arrancado. Debía ir a mi casa, coger el murciélago y llevarlo al ayuntamiento, no me daba tiempo en diez minutos. Montadas en aquel coche, a toda velocidad, llamaba al ayuntamiento para avisar de que estaba de camino, que me esperasen. Cuando llamé de nuevo, la chica al otro lado del teléfono volvió a decir:

Ayuntamiento de Pamplona, dígame.

Yo empecé a decirle que había llamado hacía un rato, con una historia que me había sucedido la noche anterior… y la operadora me contesta:

¡¡Ah!! ¡La chica del murciélago! Te paso.

En la sección de veterinaria me indicaron que alguien me esperaría a que llegase, con lo que subí corriendo a mi piso, abrí la papelera, cogí aquella esfera de papel de aluminio y bajé.
Llegamos a la puerta del ayuntamiento y entramos dentro del edificio, mi prima, la bola plateada y yo. Cuando entramos, todo el mundo me miraba con una sonrisa. Allí no se había quedado una persona a esperar, no, había más gente… Y todo el mundo empezó a exclamar:

¡La chica del murciélago! ¡La chica del murciélago!

Un señor me esperaba, con una especie de nevera en las manos donde debía depositar la bola de aluminio, la cual contenía: un murciélago, pelusas, pelo de gato, papel de cocina y papeles del pan… Qué pensarían de mí cuando abriesen aquel ataúd improvisado…
En cuanto deposité la bola en la nevera, me indicaron que me metiese en un cuartito que había en una esquina y que enseguida iría alguien a hablar conmigo. Mi prima y yo nos metimos en aquel cuartito y, entre risas, vacilábamos con si esto significaba que ya me habían puesto en cuarentena.
Una mujer y un hombre entraron en la habitación y nos explicaron el procedimiento: se llevarían el murciélago a Madrid a analizar en un laboratorio, y yo debía llevar a mi gato al veterinario a realizar distintas revisiones durante el periodo de cuarentena. Debíamos estar pendientes de cualquier cambio de conducta en el gato.

En la primera visita a la veterinaria la chica me tranquilizó. Era muy poco probable que el gato tuviese la rabia y menos aún que yo la contrajese. Pero mi preocupación era que otro murciélago entrase en mi casa. Ya la paranoia estaba dentro de mí. La mujer me dijo que eso es algo que no sucede muy a menudo, y que me quedase tranquila, que estadísticamente era imposible que otro murciélago se colase en mi salón, con lo que nuestra vida continuó normalmente durante aquellos 30 días que duro la cuarentena del gato.

El día anterior a la ultima revisión, dormía plácidamente en la cama cuando los gritos de mi pareja me despertaron:

¡Iraia! ¡Iraia! ¡Despierta! !No me jodas! ¡Otra vez! ¡Iraiaaaa!

Me levanté de la cama y fui corriendo a la sala de estar, ¡otro murciélago había entrado por la ventana!, yo sólo podía gritar, ¡saca al gato, saca al gato, saca al gato! Y con la puerta del salón cerrada, con el murciélago número dos encerrado, y mi pareja, el gato y yo al otro lado de la puerta trazamos un plan elaborado para sacar a este segundo intruso. Mi compañero fue a la habitación y cuando salió casi muero de un ataque de risa. Se había fabricado el traje anti murciélagos, el cual consistía en un pasamontañas fabricado con un par de Buff´s, unas gafas gigantes de motocross y la escoba. En aquel momento recordé todos los consejos que la gente me había dado la vez anterior y le grite:

¡¡Coge una toalla!!

Con lo que, armado con la escoba, la toalla, las gafas y el traje anti murciélagos, se dispuso a entrar en el salón. Pero allí ya no había nadie. ¿El murciélago se había ido?… o no…
No podíamos estar seguros, por lo que dejamos toda la noche la puerta del salón cerrada y la ventana abierta, y nos fuimos a dormir.
Nunca más volvimos a ver a aquel segundo “no invitado”, pero aquello fue una señal: debíamos instalar “murcielagueras” en las ventanas.

En la ultima revisión en la veterinaria, me entregaron un papel certificado que debía llevar al ayuntamiento, donde decía que Moriarty estaba libre de rabia. Pero antes de irme le dije:

¿Recuerdas que me dijiste que era muy poco probable que otro murciélago entrase en mi casa?, pues ayer entró otro.

Y con aquella cara de la chica mirándome como… ¿Pero tú dónde vives? ¿en una cueva?, terminó esta pequeña aventura en la que casi me ponen en cuarentena, y, en la cual, durante unos días, me convertí en la chica del murciélago.”

Y casualidades del destino, irónicamente, nuestro felpudo era una premonición de todo lo que aconteció en el transcurso de aquellos días, esos pequeños mamíferos voladores sabían donde se metían…

Moraleja: Pon murcielagueras en tus ventanas.

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